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Siempre me gustaron las películas sobre el desierto, al estilo Lawrence de Arabia, con sus interminables dunas, sus camellos, esos increíbles oasis y los originales ropajes. Y gracias a mi trabajo, en la isla de Djerba, al sur de Túnez, he podido cumplir uno de mis sueños, conocer el desierto del Sahara y pasar una noche bajo su cielo estrellado, el más bonito, romántico e increíble que nunca vi.
El Sahara cubre el 40% del territorio tunecino y es bastante sencillo adentrarse en él, incluso por un corto periodo de tiempo desde muchos puntos de su geografía. Desde Djerba existen excursiones de 2 días/1 noche que te transportan en el tiempo y en el espacio y te permiten experimentar las sensaciones que nos ofrece el más cálido y grande de los desiertos. Con algo más de 9 millones de km² de superficie, el Sahara abarca once países de este a oeste del continente africano y es casi tan grande como China.
Comenzamos nuestro viaje hacia el Sahara diciéndole adiós a la isla de Djerba tras cruzar el puente de “El Kanstara”, antigua calzada romana, que separa la isla del continente. Lo primero que divisamos es el lago desecado y ahora desierto de sal de “Sebkhet el Melah”, donde nos encontramos una bonita estampa de una “manada” de camellos, con la zona turística de Zarzis, al fondo.
Llegamos a Tataouine, conocida por servir de inspiración del nombre del planeta Tatooine en la famosa saga de Star Wars, donde es día de mercado, con numerosos puestos de verduras y frutas, y donde probaremos el té a la menta con dulces tradicionales de la región a base de almendra y miel, súper empalagosos pero riquísimos.
Rumbo al desierto, parada de nuevo, esta vez en Chenini, poblado bereber en ruinas en la cima de una colina que dio nombre a una de las lunas, también de Star Wars. Antiguamente fue un ksar (palacio en árabe) aunque en realidad son viviendas excavadas en la roca. La aldea, del siglo XI es hoy uno de los pocos lugares donde aún se habla el “Bereber”.
La gastronomía tunecina, de alta temperatura y picante, no siempre es visualmente atractiva para los que no la conozcan, aunque su sabor es siempre consistente, potente y no deja indiferente a nadie. A destacar los aromas de su cocina, llena de especias, amplios y realmente difíciles de describir a través de las palabras…
Almorzamos a los pies de la montaña de Chenini, donde degustamos platos tradicionales como el couscous, brik al huevo, tajine, cordero...acompañados de “harisa” o salsa picante local.
Y de allí, de nuevo en coche al oasis de Ksar Ghilane. El viaje es largo, con las paradas, algo más de 4 horas, pero se hace ameno en buena compañía y disfrutando de estos paisajes.
Camino del oasis, podemos ver un pastor de cabras, solo y a muchísima distancia de cualquier lugar habitado. Pueden pasar semanas solos con el rebaño, durmiendo a la intemperie (no hay un solo árbol hasta donde la vista alcanza) y solo regresan a casa cada 10-15 días a recoger provisiones y agua.
De primeras, el oasis de Ksar Ghilane es un lugar solitario y algo sucio, aunque cada momento que pasa va cogiendo algo más de encanto...cambiarse, meterse en el agua que está como a 32-34ºC, en pleno mes de Febrero, embadurnarse el cuerpo de barro proveniente del fondo del oasis y relajarte al sol del Sahara, no tiene precio...Y si además, cultivas tu alma con un té a la menta con piñones, tu impresión inicial cambia radicalmente.
Pero las dunas nos llaman y nos vamos a esperar a nuestro traslado en 4x4 en lo que parece una gasolinera en el desierto...
El camino nos lleva a través del desierto de arena, piedras y pequeños matorrales, que recuerda quizás más al desierto mexicano, si no fuera porque no hay cactus. Tras 25-30 minutos de coche, el campamento Zmela ofrece una primera impresión bastante buena, Haimas o Jaimas (tiendas de campaña) grandes y espaciosas, al pie de las mismísimas dunas, con cómodas aunque pequeñas camas y buenos cierres para evitar pensar que pueda entrar algún animal durante la noche.
Al caer la noche y tras disfrutar de la puesta de sol (de las más impactantes que he vivido en toda mi vida) coger unas mantas e irte de nuevo dunas adentro y tumbarte bajo el manto de estrellas más increíble que nunca vi, en un cielo completamente estrellado, casi blanco, con una estrella fugaz cada pocos segundos, en mitad de la inmensidad sobre dunas de más de 50 metros de altura y a bajo cero, simplemente no tiene precio.
Al alba y tras disfrutar del amanecer, no podía faltar dar un paseo en camello por las dunas y sentirnos como en esas películas de mi infancia …
Ya camino de vuelta a Djerba, una única parada, escenario de Star Wars, donde los aficionados a la famosa saga disfrutaran de lo lindo.
Parte del camino de vuelta lo pasamos dormidos en el coche pues ha habido que estar despiertos mucho tiempo disfrutando de la experiencia en el desierto, hasta llegar a la “isla de los sueños” como se conoce a Djerba. El hotel Iberostar Mehari Djerba es mi lugar de trabajo con una excelente ubicación para disfrutar de la isla y el desierto del Sahara y donde os recibiré siempre con la mejor de mis sonrisas y podréis comprobar el compromiso por los océanos y el cuidado de la madre Tierra que, a través de nuestras políticas de sostenibilidad, realizamos en Iberostar.
Tras la cena, nos marchamos directamente a dormir y soñar con otra noche en el desierto. Un viaje imprescindible si te animas a visitar Túnez y que probablemente nunca olvidarás.
Podéis ampliar info en mi blog y consultarme cualquier duda en Davidsevcab.blog.